viernes, 15 de febrero de 2019

La Ciudad de los Lamentos

La vi, en el horizonte, la vieja ciudad de los lamentos, pisada setenta y siete veces, la ciudad que cae y se levanta. La ciudad de siete pisos, de siete sinagogas, de siete catedrales, de siete mezquitas. La ciudad que lamentaba sus caídas, pero volvía para pedir compasión, y olvidar sus juramentos.
Sus calles, santas, eran asimismo, un eterno disturbio. Debajo de ella, en sus vísceras, se encontraba un monstruo de tres cabezas. Que manipulaba al pueblo, que destruía al pueblo, que atribulaba al pueblo. Esa criatura grotesca era la avaricia de los altos prelados, era la corrupción, era la maldad en el corazón de la iglesia.
"Destruyamos los templos" decían las voces ateas dentro de la multitud. "La era de la razón nos necesita a todos". Ellos, así como ese monstruo, sólo tenían la curiosidad de experimentar con las personas. Todos ahí se disfrazaban, de fe, de salvación, de obediencia, de razón. Todos fingían tener la verdad en sus manos. Todos defendían sus puntos de vista, devoraban, quemaban, destruían, en nombre de la bondad, la disciplina, es saber, la supervivencia. La ciudad emitía alaridos que rompían el cielo, y nadie sobre la tierra parecía oírlos.
Tus siete campanas, y tus siete minaretes y tus siete estrellas, peleaban con las siete letras escritas con la sangre de la Revolución Francesa. Y los oscuros ministerios de algunos, hacían menguar tus defensas. ¿Qué quedará si de ti sólo hay cenizas? ¿Qué se esconderá en tu vientre cuando todo acabe? ¿Habrás de llevarte contigo a las cuatro cabezas inicuas?
Crees que se podrá recobrar la fuerza que tuviste?

sábado, 27 de agosto de 2011

En la orilla

Y me pregunté si sería capaz de llevar esa vida licenciosa, tan acostumbrada en el siglo XIX, cuando la decadencia era una forma de vida, un símbolo tangible de la libertad buscada en la oscuridad de un burdel, de una cantina, de un escondite encerrado en las tinieblas de la doble moral.
Llevar mi vida al borde del abismo es algo asqueroso, no el acto en sí, sino caer en la tenebrosa profundidad de una noche larga, larga como cien botellas de aguardiente barata. Y tantos han caído, todos a mi alrededor. Todos los licenciosos han caído a mi alrededor. Y gritan palabras de dolor. Rompen sus ideas, quiebran su voz.
No quiero llevar tu recuerdo a esa gruta profunda, honda como un centenar de pesadillas maniqueas. No quiero que la pureza que yo te otorgo, quede manchada con mis pecados. No quiero, pues que el alcohol lave la imagen que llevo de ti. Te extrañaría, siempre, y en mis sueños aparecerías, sólo en mis sueños, sólo de día, sólo entre la tortura resaca mía.
No quiero. Quédate conmigo, quédate aquí, como siempre has estado, quiera yo o no quiera. Toma mi mano, no tengas miedo, y platiquemos acerca de nuestro futuro. Y así, es como hablo con un recuerdo, con un ausente, con alguien que está pero no se encuentra donde debe. Esa persona que está en mi corazón aunque no quiera. Esa persona que canta, que baila, que quiebra mis sentido a su arbitrio. Eres pues, amor mío, mi bendición y mi anatema, mi principio y mi ruina.
Cómo decirte que, aunque los vicios decimonónicos son punzantes necesidades de oscurecer el claro principio de mi mente ingenua, he decidido apartarlos de mi mente para estar contigo. Como quien decide detenerse después de una larga marcha y sentarse junto al amor que lo esperó en la orilla del río, donde ambos verán la vida pasar, tomados de la mano, con la bendición del amanecer y el beso del ocaso.
Calla. Por piedad, calla. Sabes que te amo aunque me ignores, sabes que te gusta y no lo admites. Sabes que podríamos ser felices. ¿A qué temes? Para ti no habrá juicio ni escarnio, sino alabanza de mi parte. Y a quien te ofenda, a cualquiera de los hijos de la Tierra que se ose a ofenderte, lo maldigo siete veces, criatura desdichada que no comprende el amor.
Y me desvanezco, con una careta que sonríe y que llora, con una sonrisa y lágrimas de mar, con un etéreo pesar, con la imagen de tu cuerpo en mi mente, con la imagen del amor que nunca cuadra. Amor, amor que incendias lo que tocas, incéndiame para que no le recuerde, incéndiame para huir de su memoria, incéndiame desabridamente para darme la libertad. Alabada seas, Libertas, alabada seas.

Sueño Lacustre

Sueño Lacustre

Sentada frente a un lago de agua salobre
y vestida con alhajas y cadenas de cobre,
proclamando por fin su libertad
y viendo su destino con claridad.

Leía poemas de viejos autores
y los veía representados por actores
imaginados, salidos de su cabeza
y avivados por su boca de cereza.

Sus labios daban vida a lo inerte.
Su cálido beso, que a los hombres convierte
los hace, sin quererlo, esclavos de ella
por la simple razón de ser tan bella.

Su vestido de lino blanco y seda
no se ensucia al caminar por la vereda
llena de piedras, lodo  y ponzoñosos animales
repleta de peligros monstruosos, colosales.

XXV

viernes, 26 de agosto de 2011

Los recuerdos que saltan por la fenestra

Recuerdo su piel, recuerdo sus manos, recuerdo su cuerpo, al que acaricié con dedicación y benevolencia. Recuerdo que nos juramos tantas cosas, promesas incumplibles. Y extraño lo que hicimos, y lo que no hicimos, continúa como una fantasía que vuelve cada noche, en medio de los sueños proféticos, para unir, como nunca fue, la carne con la carne y la piel con la piel.
En esa loca turbación mía, te pedí que viajaras conmigo al infinito, donde buscaríamos una residencia, para ti, para mí, para todos nuestros deseos y proyectos. Olvidé, en medio del frenesí, que tú y yo no somos de materia compatible, tú buscas lo que yo desprecio, tú desprecias lo que yo busco, y ambos, unidos por el sutil hilo de la inmortalidad, vagamos como sombras que no pagaron para cruzar el río de los muertos.
Ahora, recordando tu aterciopelada piel, tu firme carne, tus labios comestibles, tu cara, seria, pero aniñada a un tiempo, tenía una chispeante sensualidad que salía a ratos y a ratos se escondía. Tu cuerpo y el mío vibraban de tal manera que se correspondían, aunque debido a la pureza de nuestras almas no llegáramos a consumar acto ninguno.
Y esos sueños se van, defenestrados, por mi corazón, ya carente de ilusiones. Porque cometimos errores, ambos juntos, lo poco que hicimos juntos, lo poco que hicimos bien.
Y tu corazón... tu corazón... tal vez tu corazón sea puro. Pero no me dejas ver, no me dejas pasar. A pesar de saber que soy transparente como el vidrio, brillante como el metal, y si bien me escondo tras las sombras de mí mismo, haces tú lo mismo al no dejarme entrar.
Bésame, una vez, y ya no tengas miedo. Besa, luego calla, es lo último que pido. Besa, y luego vete, no quiero verte más. Besa... y olvida, y vuelve a empezar.

domingo, 30 de enero de 2011

La ninfa de la montaña

La ninfa de la montaña

... Y la veo, ahí, sentada,
enfrente de la ventana, asomándose,
buscando el bosque que dejó lejos
y la fría montaña nevada.

Sus ojos apuntaban hacia fuera
pero miraba hacia dentro,
a su interior, a su centro
buscando lo que quería encontrar.

Buscaba un día de nieve y luz,
y encontró una noche congelada;
su nostalgia cada día se agravaba
y una mañana decidió regresar.

Nada ni nadie la detuvo,
ni el aire huracanado,
ni el camino destrozado
ni el río desbordado.

Había llegado a su destino,
muy atrás había quedado el camino.
Jugó con los árboles de la montaña
y después se fue a dormir a su cabaña.

XLVII

viernes, 28 de enero de 2011

Dione

Dione

Dione, musa y ninfa;
estrella y firmamento;
planta, flor y fruto;
lluvia, arena y sal.

Dione, piedra y sustento;
su interminable espera
es muestra de que su paciencia impera
sobre las inclemencias del paso del tiempo.

Dione, prisionera y libre;
sufre el martirio constante
bajo la luna menguante
que implica el amar a un imposible.

Dione, ama y esclava;
la belleza de tu ser es envolvente
me siento embelezado, embebido
por tu sabiduría y belleza.

Dione, fugitiva y estática
te escondes en las sombras de la historia
te bañas con sabiduría nueva y antigua.
Mezcla de geranio y sierpe.
LIV